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LAS CLAVES DEL PODER


Nos decimos y repetimos que sólo los Estados totalitarios, las dictaduras, utilizan métodos de control sobre la población, que como no tienen el apoyo de las masas necesitan reforzar la ideología de otro modo, pero también son prácticas comunes en todas nuestras democracias. La clave del éxito, del mantenimiento del poder, reside en estas tres simples palabras: coerción, persuasión y consentimiento.


En estos últimos años se ha visto un incremento en la monopolización de coerción de los estados. Ésta práctica consiste en usar la fuerza de forma legítima para forzar al individuo a hacer algo que de otra forma nunca hubiera hecho. En la Alemania Nazi estaríamos hablando de la Gestapo, la policía secreta alemana, alrededor de doscientos mil guardas vagando por las calles, con la capacidad de mandarte a un campo de concentración bajo sospecha, sin ninguna clase de juicio o explicación. Luego, en estos campos de concentración te harían trabajar duro, observar ejecuciones diarias, te privarían de todo derecho civil que crees poseer. También vemos el implemento de la coerción en las leyes; siguiendo con el ejemplo de la Alemania Nazi, la ley Nuremberg, introducida en 1935, en la que se les quita todo derecho de ciudadanía a los judíos y se expresa la ideología Nazi de una raza superior, basada en la filosofía de Nietzsche. Ésta situará a los alemanes como una raza superior, más avanzada, y por lo tanto con más privilegios que, por ejemplo, los judíos, a los cuales Hitler culpará de la inflación y el desempleo. Pero el verdadero poder de la coerción no es la acción en sí, sino el terror que ejerce sobre la población. La Gestapo nunca hubiera sido capaz de controlar cada paso de cada ciudadano, si estos últimos hubieran sido conscientes del verdadero poder de la misma. El poder de coerción consistía en que los mismos ciudadanos alemanes fueran los que denunciaran a sus vecinos, a sus amigos, a sus familiares, pensando que la Gestapo lo hubiera averiguado de todas formas. El poder de la coerción en un estado moderno reside en la idea de la cárcel, en que el quebrantamiento de las leyes conlleva un castigo, no en el castigo en sí. En otras palabras, la efectividad de la coerción reside principalmente en el terror.


La persuasión se refiere principalmente a la propaganda, a la influencia. La propaganda trata de influenciar las acciones de los ciudadanos sin que estos sean conscientes de ello. Puede ser una cosa muy vistosa, como las campañas presidenciales. Si tomamos a Donald Trump por ejemplo, el uso de sus redes sociales para promocionarse. Su oratoria, en muchos sentidos parecida a la de Hitler, casi a gritos, con un aura casi mística en la que se queja en voz alta de todo aquello que pensamos en voz baja. Donald, al igual que Hitler, viene a representar una América paralizada por el pánico y el miedo, intentando reunir fuerzas, intentando en última instancia, volver a ser grande, pero demasiado orgullosa como para pedir ayuda. Demasiado dolida para confiar en otros. La educación es otra de las principales muestras de propaganda. En España te enseñan a ser español, y a mucha honra. Te hablan de Cristóbal Colón y de lo mucho que ayudó España en la Primera Guerra Mundial, y de esa vez que echaron a los musulmanes. Tras un curriculum académico el gobierno tiene otra agenda, crear el espíritu de una nación. Así, cuando Cataluña enseña en sus colegios el catalán no está sólo enseñando la lengua de la región también está reforzando la idea de que son diferentes.


Finalmente, consentimiento. Un estado tiene que tener el apoyo de aquellos que son controlados, sin el consentimiento del pueblo, no hay un estado. Y muchas veces se piensa, equivocadamente, que los estados totalitarios no poseen esta cualidad, pero al contrario. Siguiendo con la temática de la Alemania Nazi, que ejemplifica muy bien los tres puntos, Hitler se ganó a los alemanes. El desempleo bajó de 6 millones en 1933 a cien mil en 1939, cosa que ni Rajoy ha conseguido. Hitler implementó trabajos que benefician a Alemania aún todavía, como la construcción de la autopista, Autobahn, que introdujo millones de puestos de trabajos. Con la KDF, fuerza mediante felicidad, los alemanes disfrutaban de actividades como vacaciones de esquí o películas (pro-Nazi y supervisadas por el ministro de propaganda Goebbels, por supuesto) a precios asequibles. Con la celebración de los Juegos Olímpicos en Berlín en 1936 Hitler pudo lucir su raza superior, quedando así primera en la mayoría de las pruebas. Mediante los Juegos pudo demostrar su fuerza, su orden, su nación. Y no podemos olvidar la política exterior: los alemanes habían quedado muy insatisfechos tras el pacto de Versalles, ya que no entendían como había acabado la guerra y culpaban al segundo Reich. Hitler consiguió dejar de pagar las reparaciones, que alcanzaban sumas sin precedente alguno, volvió a producir armas, aviones, tanques y demás maquinaria mortífera y hasta consiguió invadir Checoslovaquia sin que Francia ni Inglaterra le declararan la guerra. Los alemanes no tenían apenas nada por lo que detestar a Hitler, porque en lo que a ellos refería, lo único de lo que éste era culpable era de hacer de Alemania una potencia otra vez.


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