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PERDIDOS EN LAS REDES


El metro está abarrotado. Por más que intente moverme a través de la marea de sudor y empujones no veo sitio libre. A mi izquierda, una niña se ríe mientras mira unos dibujos animados en su tableta electrónica. A su lado, una madre ataviada con un traje negro, camisa y corbata contesta con energía un e-mail sobre la seguridad en Marruecos. Sigo recorriendo el vagón y veo siete iPhones 5 y unos trece iPhones 6. Parece que nadie se ha hecho con el nuevo todavía. También me encuentro con algún Samsung Edge y si hago un esfuerzo y ladeo la cabeza consigo ver un Nokia Lumia. El propietario sonríe tontamente a la nueva caricatura que acaba de ver sobre la participación de Australia en Eurovisión. Y si el dueño del Nokia levantara la cabeza, se encontraría con que la guapa del Samsung Edge, que se encuentra justo a su lado, está mirando exactamente el mismo post, y escuchando música parecida.


Y es que somos muchos, juntos, sudorosos, pegados, pero nos encontramos tan lejos. La tecnología ha ganado. Porque ahora un like en Instagram vale más que un te quiero por la noche, así, bajito. Una nueva foto de perfil es una posición política sin fundamento, que cuenta más que las charlas con tus amigos. Ya no escuchamos para entender sino para contestar. La era de la comunicación. Já.


Las redes sociales son un patético intento de comunicación. Son el medio caliente donde cualquiera puede decir una idea hiriente sin ninguna consecuencia. En Internet no eres nadie. Eres Anonymous. Eres aquel que piensa esto y aquello. Eres una sombra. Eres el ligón. Eres el gracioso. Eres el inteligente. Y estás en tu casa riéndote de un pato que se resbala por el hielo mientras comentas frases sarcásticas que la gente adora. Eres un generador de autoestima.


Yo misma ocupo mis tardes paseando por Facebook, Instagram, Messenger, Whatsapp, Twitter. Y me veo reducida a 120 caracteres de opinión, a que el gobierno se entere de mis quehaceres diarios, a que todas mis fotos estén en una plataforma cibernética a la que yo no tengo acceso, a que ese chico mono mire mi historia y piense "vaya, que bien se lo está pasando", a que mi foto tenga más likes que la de mi amiga, no vaya a ser que sea menos popular. ¡Pero todo eso no significa nada! Las redes sociales son un fenómeno social de masas, un hecho increíble, fantástico, maravilloso, pero también maligno. Adictivo, depresivo, machista, extremista, y fatalista.


Sin embargo, no puedo condenar aquello que ha permitido que la minoría se exprese, que las ideas salgan de China y se oigan en París en un minuto. Porque, en el fondo, ¿qué haríamos sin las redes sociales? ¿sin esta arma cargada con la que anunciamos fuego? Nada. Es un mal necesario. Y estamos demasiado dentro. Perdidos en un mar de opiniones y likes y fotos y posts y mensajes.

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