RES PUBLICA
No hace mucho tiempo, poco más de dos mil años, existió en Italia una nación capaz de gobernar un vasto dominio alrededor del Mediterráneo. El sistema político por el que se regía estaba dirigido por dos personas, dos cónsules que gobernaban a la vez y su mayor preocupación, generalmente, era el engrandecimiento de su patria y el bien para sus ciudadanos y quienes les rodeaban, bárbaros a los que trataron de civilizar.
En la actualidad, en España existe un único presidente del Gobierno, pero gracias a nuestra condición de democracia existen partidos que compiten por dar lo mejor a los ciudadanos según su punto de vista. O por lo menos, esto debería ser así.
Es fácil engañar a la población con populismos, pero eso no indica que la población sea ingenua. Todos se han percatado a la perfección de lo que ha pasado en los últimos cinco meses. El secretario general de cada partido no ha representado a su partido, más bien al revés. Rencillas personales, antiguos odios y disputas históricas han prevalecido sobre la voluntad del bien común. Los partidos han ansiado el poder por encima de todo, desechando la idea de coalición para intentar conseguir aún más fuerza. Ha ocurrido lo que tenía que ocurrir, la democracia ha mostrado una de sus debilidades cuando no ha sido bien utilizada. El pueblo español lo sabe y piensa demostrarlo en las próximas elecciones. Alea iacta est.